sábado, 1 de julio de 2017

2.3. La cuestión de la consideración atribuida a las mujeres.

El grupo sexual al que pertenece una persona puede conferir también un status más o menos elevado en una sociedad, cuando no decide sobre sus oportunidades en general. En realidad, la pertenencia al sexo masculino o femenino era fuente de una asimetría social fundamental en las antiguas sociedades de la cuenca mediterránea. Una asimetría que limitaba no sólo el status social de la mujer, sino también sus posibilidades de participar en el poder político y de disfrutar de privilegios. En esta medida puede afirmarse que las antiguas sociedades se subdividían aún, en virtud de la diferencia de sexos, en dos partes desiguales, en las que la situación social de los hombres y de las mujeres era muy diferente. Esto influía, como es natural, en el modelo de sociedad.

Sobre la base de las condiciones impuestas por los criterios del modelo de dos estratos presupuesto por Gèza Alföldy, las mujeres debían pertenecer, siempre y de modo necesario, al estrato inferior, dado que sólo los hombres podían ejercer las funciones políticas. Las mujeres no podían llegar a ser senadores o caballeros, consejeros de las ciudades, ni siquiera funcionarios de las mismas, oficiales y soldados. El sexo comportaba también desventajas para las mujeres en relación con la posibilidad de la movilidad social.
Respecto a sus oportunidades de ascenso social, Natalie Kampen resume de este modo la situación de las mujeres:
«Aunque una mujer hubiera nacido en una familia senatorial, poseyera
grandes riquezas personales y ejerciera importantes tareas religiosas o sociales, le faltaban, desde el punto de vista estructural, los atributos fundamentales
correspondientes a la dignidad (dignitas) de un romano. Ni ella ni sus hermanas de los estratos inferiores podían votar ni ejercer ninguna función política o administrativa; también estaba excluida, como todas las mujeres además, del servicio militar. Los dos instrumentos importantes para la obtención de la movilidad social -el acceso al poder político autónomo y la participación en el cursus honorum, importante desde el punto de vista ideológico para los estratos superiores- les estaban cerrados a todas las mujeres, con independencia de su adscripción al estrato social. La posición social de una mujer dependía, por tanto,
mucho más que de la del hombre, de la familia en que había nacido o entrado por matrimonio. Si había nacido en una familia de caballeros, la mujer sólo podía subir a la altura de los senadores mediante el matrimonio, mientras que la movilidad de un hombre dependía de su «servicio» y de su riqueza. En el escalón más bajo de la sociedad, el de las esclavas, podía conseguirse una movilidad hacia arriba a través de la libertad otorgada o conseguida, así como a través de la actividad del marido. Por otra parte, una mujer podía cambiar también, potencialmente, su propio status mediante el engendramiento de tres o cuatro hijos».
En especial, las mujeres de las familias que formaban parte de la elite podían ejercer el poder de una manera indirecta; por ejemplo, engendrando herederos legítimos, controlando las propiedades rústicas y otros bienes, e incluso manipulando a los hombres, especialmente a través de la influencia ejercida sobre ellos.

Fuente: Stegemann - Stegemann. Historia social del cristianismo primitivo. Los inicios en el judaísmo y las comunidades cristianas en el mundo mediterráneo. Página 93.

1. La pertenencia de las mujeres a la «Ekklesía».

Ya desde el principio hubo mujeres en las comunidades creyentes en Cristo presentes de las ciudades del Imperio romano. Más aún, según los Hechos de los Apóstoles, formaban incluso el núcleo constitutivo de las comunidades y la mayor parte de ellas pertenecía al judaísmo de la diáspora o a los círculos de simpatizantes del mismo: así, por ejemplo, la madre de Timoteo (Hch 16,1); Lidia en Filipos (Hch 16,14ss); las mujeres temerosas de Dios de Tesalónica y de Berea (Hch 17,4.12). En Corinto encontró Pablo a Priscila y Áquila, una pareja de judíos creyentes en Cristo (Hch 18,2)1. A Damaris, que fue conquistada para la fe en Atenas, no se la pone en relación con el judaísmo (Hch 17,34). Lo mismo puede decirse de algunas mujeres (y niños) creyentes en Cristo de Tiro (Hch 21,5s).

Pablo cita en sus cartas por su nombre a diversas mujeres, algunas de las
cuales eran, sin duda, judías (por ejemplo, Prisca, Herodión y Junia: Rom
16,3.7.11). Implícitamente, hemos de incluir también a mujeres entre los esclavos y esclavas o el resto de los miembros de las casas que son saludadas en bloque (por ejemplo, Rom 16,11). A partir de 1 Cor 7,1 ss; 11,2ss; 14,33ss podemos concluir que la comunidad de Corinto debía contar asimismo con no pocas mujeres. Esto mismo se deduce de los resúmenes de moral doméstica o textos similares, aunque hemos de señalar que en las cartas pospaulinas se cita por su nombre sólo a Ninfa, como guía de una comunidad doméstica en Laodicea (Col 4,15), y a Claudia entre los que saludan en 2 Tim 4,21. La tendencia a citar sólo de manera inclusiva a las mujeres, como en el marco de las casas cristianas por ejemplo, prosigue también en las cartas de Ignacio.

Junto a estas afirmaciones directas hay muchas otras indirectas que aluden a la pertenencia de mujeres a las comunidades cristianas. A título de ejemplo, vamos a limitarnos a citar aquí la historia de Maria y Marta (Lc 10,38-42), que sitúa en tiempos de Jesús una discusión que tuvo lugar en tiempos de Lucas.

Fuente: Stegemann - Stegemann. Historia social del cristianismo primitivo. Los inicios en el judaísmo y las comunidades cristianas en el mundo mediterráneo. Página 520.

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