El Padre Eterno, por una disposición libérrima y arcana de
su sabiduría y bondad, creó todo el universo, decretó elevar a los hombres a
participar de la vida divina, y como ellos hubieran pecado en Adán, no los
abandonó, antes bien les dispensó siempre los auxilios para la salvación, en
atención a Cristo Redentor, «que es la imagen de Dios invisible, primogénito de
toda criatura» (Col1,15). A todos los elegidos, el Padre, antes de todos los
siglos, «los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen
de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29).
Y estableció convocar a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue
prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia
del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza [1], constituida
en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se
consumará gloriosamente al final de los tiempos. Entonces, como se lee en los
Santos Padres, todos los justos desde Adán, «desde el justo Abel hasta el
último elegido» [2], serán
congregados en una Iglesia universal en la casa del Padre.
Fuente: Lumen Gentium 2.
Fuente: Lumen Gentium 2.
Israel, pueblo de Dios e «iglesia del Señor» del Antiguo Testamento. El pueblo de Israel en el A. T. no constituye solamente una realidad étnica, como lo eran los demás pueblos de la tierra. Sino que tiene, desde la promesa hecha a Abraham y reiterada a los patriarcas Isaac y Jacob, un carácter sagrado. Sobre todo, a partir de la Alianza hecha por Dios con el pueblo de Israel por medio de Moisés, aparece el carácter sagrado y único de este pueblo: «Moisés subió hacia Dios. Yahwéh le llamó desde el monte y le dijo: Así dirás a la casa de Jacob y esto anunciarás a los hijos de Israel. Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad peculiar entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra, pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19,3-6). Israel tiene como subestructura nacional las doce tribus, que llevan respectivamente el nombre de los doce hijos de Jacob-Israel, pero, más profundamente, Israel es constituido, a partir de la Alianza del Sinaí, no sólo en el «pueblo de Dios», sino en la «comunidad de Yahwéh», qehal Yahwéh en el texto hebreo, ekklisía toú Kyríov en la antigua versión griega de los Setenta.
Por la Alianza del Sinaí, ratificada varias veces después en momentos solemnes de la historia del pueblo hebreo, Dios, por propia iniciativa, establece una serie de relaciones religiosas entre El y el pueblo o «comunidad» de Israel, que serán otras tantas prefiguraciones y preparaciones de la 1. de Jesucristo. Entre tales relaciones pueden señalarse, a modo de ejemplos: Yahwéh es el Dios de Israel (Is 17,6; Ier 7,3; Ez 8,4, etc.); el «Santo de Israel (Is 1,4; 44,4; Ps 89,19); el «fuerte» (Is 1,25); la «roca» (Is 30,29); el «rey» (Is 43,15); el «redentor» (Is 44,6), etc. En correspondencia, el pueblo de Israel es respecto a Dios: el pueblo de Yahwéh (Is 1,3; Am 7,8; Jer 12,14; Ez 14,9; Ps 50,7); su «servidor» (Is 44,21); su «elegido» (Is 45,4); su «hijo primogénito» (Ex 4,22; Os 11,1); su «heredad» (Is 19,25); su «rebaño» (Ps 95,7); su «viña» (Is 5,7); su «posesión» (Ps 114,2); su «esposa» (Os 2,4), etc. El pueblo de Israel, pues, trasciende completamente a la historia profana o política de la humanidad, para entrar de lleno en la historia sagrada o historia de la salvación, como la etapa previa, preparatoria y prefigurativa de la historia de la Iglesia.
Fuente: Mercaba - Iglesia - Antiguo Tetsamento. 1) 1) 2)
God and His People. La Iglesia en el Antiguo Testamento según CLAUS WESTERMANN.
Cuando Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, inauguró la historia de su intervención entre los Ihombres, lo hizo en el seno y en favor de un pueblo. No empezó con un hombre concreto o con todo el mundo. Pero lo que Dios empezó con su único pueblo -un pueblo entre otros- era, un símbolo de la actuación completa que culmina con Jesucristo y el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia.
Fuente: Selecciones de Teología.
Los símbolos de la Iglesia.
753. En la Sagrada Escritura encontramos multitud de imágenes y de figuras relacionadas entre sí, mediante las cuales la Revelación habla del misterio inagotable de la Iglesia. Las imágenes tomadas del Antiguo Testamento constituyen variaciones de una idea de fondo, la del "Pueblo de Dios". En el Nuevo Testamento (cf. Ef 1, 22; Col 1, 18), todas estas imágenes adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo viene a ser "la Cabeza" de este Pueblo (cf. LG 9), el cual es desde entonces su Cuerpo. En torno a este centro se agrupan imágenes "tomadas de la vida de los pastores, de la agricultura, de la construcción, incluso de la familia y del matrimonio" (LG 6).