El concepto historia de la salvación, en su formulación explícita, tiene un origen reciente, pero su contenido es tan antiguo como la religión bíblico-cristiana.
La catequesis de la Iglesia siempre ha tenido presente el plan salvífico de Dios, si bien han variado los acentos, a favor o en contra, según concepciones ideológicas de la filosofía o de la teología de la historia, claramente ligadas al tiempo en que han nacido y de las que la misma catequesis, catequistas y catecismos han podido estar influenciados.
A lo largo de todo el pensamiento bíblico se verifica que entre el pueblo que vive sus vicisitudes y el Dios que salva existe una relación histórica.
En la dinámica promesa-cumplimiento está constituido el núcleo de la historia de la salvación. Bajo la clave de la alianza lo confiesa Israel en el Antiguo Testamento (Dt 6,20-23; 26,1-11; Jos 24,1-13; Neh 9,7-25), y bajo la clave del reino lo anuncia Jesús y lo predica la Iglesia en el Nuevo.
Así pues, podemos decir que el misterio de salvación entreteje las páginas de la Biblia, los siglos de la tradición y los documentos del magisterio, a través de sus múltiples tradiciones, en ellos recogidas, y en su numerosa y rica variedad de géneros literarios y de autores, cuyo objetivo no es otro que el de manifestar la acción de Dios en la historia de unos determinados hombres, la intervención en sus vidas. Intervención dirigida siempre a sacarlos de la situación penosa en que se encuentran; a librarlos de la condición de esclavitud en que viven como herencia de su misma existencia humana, como consecuencia de su propia equivocación y malicia a lo largo de la historia; a hacerlos salir de su desesperada condición de hombres abocados a la muerte y a la ruina total. Esta es la intención primera y última del Dios que se revela y actúa en Jesucristo, y es el que pone en marcha toda la acción en la historia.
Hechos concretos de la historia de los hombres, de grupos humanos, de comunidades o pueblos, han sido vividos, vistos y experimentados como acontecimientos salvíficos, como verdaderas intervenciones salvadoras de Dios. Y como tales han sido transmitidas, de palabra y por escrito, en la predicación y en la oración, en los santuarios o templos, en las tiendas, casas o areópagos públicos, como objeto de confesión de fe o motivos para la alabanza, la bendición y la súplica.
Fuente: Mercaba, Historia de la Salvación.
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